El granjero vio como su mujer ponía la panera en el centro
de la mesa, él le sonrió agradecidamente pero ella le advirtió que no eran para
él.
- Son para los muchachos, ya sabes – dijo la mujer señalando
a sus hijos que estaban entrando por la puerta del comedor, acercándose a la
mesa.
- Que he hecho yo para merecer ese castigo?
- Ya sabes, que tienes que cuidarte con la comida, ya no
eres tan joven, y veo que el vino disminuye
cada vez más rápido, no creas que
no lo noto.
- Vamos, una sola rodaja – respondió el granjero ignorando
el comentario sobre el vino.
- Está bien! Odio esos malditos ojos miel que tienes, no
puedo contra ellos, pero una sola – dijo su esposa alejándose hacia la cocina –
te voy a estar controlando!
- Gracias!
Con una sonrisa gigante el granjero recibió a sus hijos,
partiendo el pan, cantando “vengan, acérquense que hay pan para todo el mundo”
suficientemente fuerte para que su mujer lo escuche desde la cocina. A pesar de
esta puesta en escena él solo comería una porción del pan, que lo partió en
trozos para que le durara todo el almuerzo.
- Como estuvo el trabajo hoy chicos? – Preguntó cuando
estuvieron ya todos sentados alrededor, después de haber bendecido la comida y
haberle agradecido a su hermosa esposa.
- Te estuvimos esperando- dijo el mayor de los dos jóvenes.
– Está terminando la época de cosecha y te esperábamos con el tractor y nunca
llegaste.
- Sabes lo que pasa cada otoño, hijo. Sabes que tenemos que
celebrar la cosecha con nuestros vecinos. Estuvimos con tu madre adornando afuera
del granero, preparándonos para la fiesta de este fin de semana. Esta tarde
tienen que venir los muchachos para ensayar, asique tampoco podré ayudarlos.
- Deberías empezar a pensar en cobrar por el show, pa – dijo
el más joven – digo, porque se está
haciendo cada año más popular…
- Ya te dije que ese no es su trabajo – interrumpió la
sugerencia el mayor de los hermanos – Nosotros somos granjeros, no músicos. Lo
que hacemos al final de la cosecha es eso, un festejo, una celebración del duro
trabajo de todo el año. No somos un circo ambulante y no vamos a cobrarles a
nuestros vecinos y compañeros granjeros por celebrar con nosotros. Si quieres
hacer dinero o vender algo, se pueden hacer otras cosas, como pasteles o
tejidos o incluso ofrecer una parte de la cosecha…
- Claro, sin tocar lo que le damos a tu querido sindicato –
murmuró, metiéndose un bocado de pan, el más pequeño de edad pero no de altura.
Que a pesar de tener un año de diferencia, sus arrugas y su forma de hablar lo
hacían ver mayor.
- NUESTRO sindicato. Ellos están ayudándonos en todo lo que
necesitemos, y si, tenemos que darle una porción de nuestra cosecha para ayudar
a los que no fueron tan afortunados con la cosecha como nosotros. Tienes que
pensar en la comunidad, no solo tu beneficio, querido hermanito. Recuerdas
cuando el tractor de papá quedo atrapado en la zanja? Ellos fueron los primeros
que vinieron y lo sacaron, y no pidieron nada a cambio…
- Eso me recuerda – interrumpió la madre, calmando las aguas,
como siempre hacia: con un tono lleno de amor, pero con la firmeza y sabiduría
necesaria para evitar una discusión mayor. – Le has preguntado por los
muchachos? – dijo girándose hacia su esposo.
- Ah, es verdad, le puedes decir a tus amigos del sindicato
si pueden venir mañana a darnos una mano con el escenario?
- Un escenario?! – Dijo el mayor de los hermanos, el
sindicalista, que quiso controlar su tono de voz. Porque dos emociones se
chocaron dentro suyo, por un lado quería resaltar la utilidad del sindicato al
cual se había unido hace no mucho tiempo, y demostrarle a su hermano que no era
dinero perdido entregar parte de la cosecha a sus camaradas. Pero a su vez,
tampoco quería que el festejo se convierta en un carnaval, un evento tan grande
que deje de lado el trabajo de todo el año, que su padre sea considerado un
músico en vez de un respetado granjero que abre sus puertas a sus vecinos.
- Ves? Es momento de vender entradas, hay que aprovechar el
momento, estamos entreteniendo a mucha gente, incluso a varios pueblos. No sólo
nuestros vecinos vienen a ver a papá y a la banda, podríamos comprar más
sillas, así ellos no tendrían que traer las suyas o sentarse en el piso.
- Es verdad que he visto, el año pasado, a varias personas
de otros pueblos, - dijo pensativo el padre, acariciándose la barba marrón con
tintes de rojo, meditando las posibilidades -
no solo granjeros, vi al cantinero de Escarlata con su nueva novia. Sé
que algunos marinos del vecino pueblo costero estuvieron, los escuche
festejando algunas canciones. Tengo entendido que hasta el alcalde estaba
interesado en venir a conocernos.
- Quizás podríamos grabar un par de canciones y hacerle
llegar, probablemente quiera contribuir en algo y mejoraremos un poco la granja
y las instalaciones… - dijo el menor de los hermanos, que hablaba cada vez más
emocionado con la idea de tener a alguien como el alcalde en la granja.
- Ahora quieres meter a los políticos?! – Dijo completamente
aterrorizado el hermano sindicalista.
- Pensé que era una celebración familiar – Por fin hablo la
madre de la casa, para sorpresa y completo alivio del mayor de sus hijos, que
resopló y lo sintió como un vaso de agua en pleno desierto, que cada vez lucía más
y más seco. – Te imaginas como quedará la granja cuando se vaya el político con
su caravana? Y la imagen que nos daría entre nuestros vecinos? No creo que
valga la pena someternos a eso.
- Pero un disco propio, de sus canciones, sería famoso…
- Tu madre tiene razón, – Interrumpió el padre – no
necesitamos eso realmente, esto es algo nuestro, no del estado. Estamos
festejando nuestro trabajo, desde el comienzo lo fue y será así. El hecho que
invitemos a los vecinos y las puertas estén abiertas, es porque ellos también
trabajaron duramente y nos ayudamos mutuamente en los tiempos de crisis y
queremos compartir esta alegría, no sacar provecho de ellos.
El hijo sindicalista, que pudo imaginarse la cara de sus
camaradas del sindicato, cuando se enteraran que el alcalde estuvo en su granja,
comiendo su comida y usando su casa para campaña política, sin duda alguna, lo
sacarían del sindicato y no habría más ayudas para su familia, sintió como el
alma le volvía al cuerpo de repente y se hinchaba el pecho.
- Solo dime a la hora que quieres que estén armando el
escenario y estarán aquí sin dudarlo. Ayudaran en lo que necesites durante tu
show y les pediré que se queden a dar una mano con la limpieza a la madrugada
una vez que terminen los festejos o prefieres a la mañana temprano?
- Sobre eso quería
hablarte también – respondió el padre, luciendo un poco más tenso – No estoy
seguro si quiero que ellos estén aquí durante el show, quizás en la primera
noche, la del jueves, pueden estar, porque no estará tan lleno y tal vez las
canciones no estén tan aceitadas. Pero en el show de cierre, la noche del
sábado, preferiría que no estén presentes durante el show y vengan el domingo a
la mañana, para limpiar y desarmar el escenario.
- Porque? – respondió completamente sorprendido.
- Los conozco, hijo. – dijo suavizando su tono, acercándose
al mayor de sus hijos, pintando su voz con ternura y experiencia – Conozco a
los sindicatos hace muchos años, sé que ponen tensas las situaciones y no es lo
que buscamos con los festejos. Queremos que la gente se sienta en familia, no
que hayan ojos mirando todo, hablando por lo bajo, planeando, presionando a los
que no pagan las tasas que piden, repartiendo su propaganda. Entiendes lo que
te pido?
- Está bien, entiendo – dijo con cierta tristeza en sus
ojos.
El resto del almuerzo continuó sin mayor sobresalto, y no se
volvieron a tocar temas como el sindicato o grabar un disco y mucho menos el
alcalde. Hasta que se vio interrumpido por un golpeteo en la puerta de madera,
que fue aumentando su intensidad, pero siempre manteniendo el ritmo. La cara de
toda la familia se ilumino y una sonrisa se pintó en cada uno de sus miembros. Rápido,
el más joven de la mesa, se levantó y fue a abrir a la puerta. Desde la mesa se
escuchó un grito, una risa y un abrazo tan fuerte que retumbo por toda la casa.
Uno de los miembros de la banda había llegado, el tío de los
muchachos. Después de fundirse en un abrazo con su sobrino pasó a los gritos y
carcajadas, dándole su guitarra al muchacho para que la cargara, sabía que él tenía
cierta curiosidad por la música y le gustaba estar cerca de los instrumentos
desde niño. El Músico era de tez blanca como su hermana y con los mismo ojos
azules profundos, ojos que lo vieron todo, pero con una nariz aguileña y una mandíbula
bien definida que lo diferenciaba de ella, que con rasgos delicados y sutiles
enamoró completamente al granjero de su marido. Que al poco tiempo de conocerla
estaba completamente decidido a casarse con ella y hacerla la mujer mas feliz
del planeta, y que nada le faltaría. Él nunca estuvo seguro si a ella le faltó
algo en todos estos años de matrimonio, pero sabía que ella era feliz con él y
que lo cuidaba con todo su ser.
Su cuñado también lo sabía, tanto que lo eligió
para fundar la banda que tocaba en las pequeñas reuniones que hacían para
festejar las cosechas, y poco a poco se fueron convirtiendo en hermanos y
socios a medida que las reuniones se convirtieron en el pequeño festival que
montaban en la granja cada año.
- A veces nose si es mi hermano menor o el tuyo - Ella solía
decirles burlonamente cuando los veía ensayar bien entrada a la noche, y ella se
preparaba para ir a la cama, sabiendo que ellos se irían a dormir cuando los
grillos lo hicieran. Y que la casa tendría a olor a tabaco por varios
días. El granjero, con su mandolina, y
su cuñado, con su guitarra, tocaban una cuerda y la dejaban sonando mientras
hacían una reverencia hacia ella, y se despedían al grito de “Adiós, ma!”
La noche que llegó su hermano músico, la madre de la casa
ordeno a sus verdaderos hijos, poner
sus maletas en la habitación que habían preparado para él. Ella sabía que por
esta semana seria la madre de cuatro niños que debía tener a raya y que los
horarios normales de la casa se alterarían, “es una vez al año, ma, vamos a
divertirnos” solía decirle su hermano haciéndola girar como trompo en el medio
del salón mientras bailaban.
- Creo que los muchachos están suficientemente grandes, no
crees cuñado? Pueden participar del ensayo, quizás podamos enseñarles algunos
trucos musicales, para que puedan tener suerte con alguna señorita en el
festival – dijo, durante la cena, el Músico guiñándole el ojo al más pequeño de
sus sobrinos, que era al que realmente quería tenerlo en los ensayos, pero no
podía pasar por encima del mayor, nunca pudo entenderlo, parecía siempre tan
serio y contenido.
Todos los ojos de la mesa se dirigieron a la una mujer que
había en la casa, rogando por aprobación. Ella los ignoró y siguió hablando de
otra cosa mientras comía, hasta el final de la cena no les dio la respuesta,
que ella ya había decidido en cuanto se lo preguntaron. Era un pequeño juego
que tenía para ver que tantas ganas
tenían ellos de lo que le pedían. Con esta técnica pudo desactivar muchas
bombas y pedidos incoherentes, que sus hijos preguntaban sin pensarlo bien.
- Está bien – dijo con un resoplido, con una sonrisa pícara
– Pero nada de tabaco para ellos, miren que los estaré controlando.
- Jujuju! – Rió el Músico golpeando la espalda de su sobrino
preferido, abrazándolo del cuello – Esto va a estar bueno!
Todos rieron y dieron por terminada la cena. Mientras el
mayor de los hermanos ayudaba a la madre a juntar los platos, el más joven
salió corriendo en busca de los instrumentos, y el Granjero con su cuñado
llevaron las sillas la galería de la casa.
La noche estaba estrellada y la luna iluminaba toda la
granja. El mayor de los hermanos llegó con una botella de whiskey, enviado por
su madre. El Granjero se dio vuelta para espiar por la puerta entreabierta y vio
como su mujer le guiñaba el ojo, el sonrió y sintió el corazón lleno.
Cuando llegaron los instrumentos, el Músico se sorprendió al
ver también un violín y más aún se sorprendió cuando el mayor de sus sobrinos
lo tomó y empezó a afinarlo. Él miró a su tío y le levanto las cejas, tenía los
ojos idénticos a los suyos, los tradicionales ojos de su familia, en cambio, el
más joven de la familia, era la copia exacta de su padre, incluso la barba que
estaba emergiendo de su rostro, y el recortaba prolijamente para envejecer sus
facciones, tenía esa tonalidad rojiza del otro lado de la familia.
El muchacho tenía un perfecto control del violín, incluso
sabia jugar con el saliendo del libreto, cosa que le encantaba a su tío, que
cambiaba la opinión sobre su sobrino canción tras canción. Y así la noche y el
ensayo fueron fluyendo de una manera muy natural y mágica, hasta la última
canción, donde los adultos dejaron los instrumentos y se dedicaron a tomar el whiskey
mirando como los jóvenes se divertían y ellos solo acompañaban con los coros.
Al finalizar el ensayo, el tío le paso a su sobrino menor la botella de whiskey
mientras el Granjero prendía un cigarro.
El más joven de los hermanos, probó un trago y lo escupió,
para risa de todos. El mayor tomó la botella se sirvió en un vaso solemnemente,
y de a poco fue tragando la bebida que le quemaba la garganta, ya la conocía,
de escapadas con sus amigos del sindicato. La botella volvió a su papá,
mientras su tío tomo el cigarro, los cuatro se quedaron contemplando la noche y
como la luna con su luz bañaba al granero y al campo en toda su extensión.
- Están creciendo, muchachos, – dijo el tío – que tienen
pensado hacer cuando crezcan un poco más?
- Quiero seguir siendo un granjero – respondió el mayor de
los hermanos – me gusta trabajar en el campo y me gustaría ayudar a la
comunidad, y pelear por sus derechos contra las compañías.
- Me contó tu padre que estabas ayudando al sindicato y que
estabas participando mucho.
- Sí, es hora de que las grandes fábricas y empresas dejen
de oprimirnos, tenemos que cuidarnos entre nosotros, tío. Nadie lo hará si
nosotros no lo hacemos.
- Tienes que tener cuidados con las revueltas, algunas
suelen ser violentas…
- Yo quiero seguir trabajando con la granja – saltó el más
joven – pero creo que hay muchas formas en las que se puede mejorar, para
sacarle más provecho, buscando más variedad a las cosechas y subproductos. Quizás
vender fuera de la comunidad, a las grandes ciudades. Me gustaría también poder
ir allá, y comercializar yo mismo, enfrentarme a los grandes empresarios y
demostrarle que nosotros estamos a la altura de ellos, y lo que valen nuestros
productos.
- Tienes dos pequeños luchadores aquí, querido hermano –
dijo burlándose cariñosamente el Músico.
El Granjero todo el tiempo se mantuvo al margen, hamacando
su silla, mirando a las estrellas, fumando su cigarro y escuchando como sus
hijos mostraban sus personalidades a su tío. Los dos claramente tenían la
sangre caliente, pero tenían distintos fines, miraban las cosas de distintas
maneras. Ambos sentían injusticia hacia el trato que tenía esta zona del país,
injusticia que se había esparcido por muchos años y quizás se siga esparciendo,
una vez que él ya no esté con su tractor paseando por los campos. Estos campos,
pensó, que habían visto la historia ir y venir, habían desfilado coroneles y
sus guerras, y revolucionarios prometiendo tiempos mejores, todos murieron
antes de ver cumplidos sus sueños o verlos destruidos por el siguiente. Sintió
la brisa de otoño llevándose el humo del cigarro, sabía que esa brisa venia de
otros lados y otros tiempos que vieron crecer el trigo y el maíz del campo, que
vieron inundaciones y sequias. Él sintió toda la pobreza de la gente, recordó
su infancia, las historias que le contaban sobre la guerra, una guerra de
hermanos, una guerra de vecinos, que dejó desequilibrada la balanza. Mirando a
los ojos de su hijo más pequeño, que terminaba de contar por lo que quería pelear,
y marcándolo para siempre, siguió con la broma que había plantado su cuñado,
pero con una profunda sinceridad, dijo:
- Sabes, hijo, uno de estos días, el sur se va a volver a
levantar.