Despierto en una calida cama, en
mitad de la noche. La brisa leve del ventilador de techo se siente lo
suficiente para estar medio tapado por una sabana únicamente. Estas noches de
verano no serían tan tranquilas sin ese invento. Me levanto de la cama. Escucho
una música caribeña, música local, acercarse calle abajo. Me acerco lentamente
a mi ventana. La suave luz de luna me deja ver la angosta calle-escalera que
choca en mi pared y solo permite un giro a la derecha. Desde mi posición puedo
ver este pequeño camino de solo 50 metros de largo en bajada hacia una calle
principal. Es una callejuela de adoquines grises, que cada 3 o 4 metros tiene un escalón.
Pequeñas casas y posadas entregan a la luna, sus puertas y ventanas de maderas coloridas.
Algunas tienen grandes planteros, pintados por niños del lugar. Los he visto
hacerlo por la tarde, descalzos, saltando de felicidad. De una puerta a la de
enfrente debe caber apenas un coche. Por eso y por las escaleras, es solo
peatonal este paseo. Por la tarde se pueden ver a las hermosas mujeres del
caribe recibir a los viajeros y adornar la calle.
Ahora escucho cada vez más fuerte la música.
Miro las casas buscando la fuente del sonido, debe ser en una de las casas de
la esquina. Todo cerrado, todo muy tranquilo. Pronto veo un coche algo gastado,
un VW Beetle blanco, pasar por la calle que corta mi peatonal. Cuatro borrachos
paseaban tranquilamente con la música más fuerte de lo acostumbrado en esta
zona de la isla. Ni se giraron a ver al hombre semi-desnudo que los miraba
desde la altura del pasaje. La música se fue alejando muy lentamente, como yo
de la ventana. Así son las noches en algunas partes del Caribe. Cerré las casi
transparentes cortinas, y me serví medio vaso de cerveza de la pequeña heladera
al lado de mi cama. Lugar que me resulto sorprendentemente práctico y
prácticamente sorprendente, no en ese orden. Bebí mientras miraba mi
habitación, las maletas estaban abiertas pero la mayoría de cosas seguían
adentro. Mire mi maquina de escribir negra junto a mi sombrero blanco, me
pareció perfecto el contraste para esta noche. Miré el teléfono negro sobre la
heladera junto al reloj, y le rogué que me de un buen par de horas mas de sueño
antes de volver a sonar. “Mañana ya saldrá el sol y yo corriendo bajo sus ojos”,
pensé mientras terminaba el vaso y me acostaba sonriéndole al ventilador,
agradeciéndole su trabajo.