En este pueblo, donde la niebla gobierna, una mujer
se recuesta en su cama junto a su marido difunto hace una semana. Él,
maquillado y perfumado todos los días por su viuda, tiene los ojos entre
cerrados. Esto la hace pensar que está apunto de levantarse. Con un beso en la
frente, le da las buenas noches. Se friega la boca con un pañuelo de seda, para
limpiar el maquillaje. Deja el pañuelo en su mesa de luz, junto a los
cosméticos y cierra los ojos. De repente, al sentir una brisa en la cara,
recuerda que debía cerrar la ventana. El otoño es la época más cruel por estos
lados. Al caminar lentamente hacia la ventana, el sonido de un violín aparece
con fuerza. Ella, que apenas podía ver un par de metros fuera de su ventana, ve
una sombra a través de la densidad del clima. Sabe quien está ahí. Su joven
enamorado. Un muchacho unos años menor, parado al pie de farol. Tocando, con
todo el alma, la canción que le dedica cada noche a su señora imposible. A él
no le importa que ella haya envejecido tanto en tan poco tiempo. Ni que cada
vez salga mas dejada a la calle. Sale solo a gastarse su riqueza en maquillajes
y perfumes para su difunto marido. Ella sabe que el joven se quedara una hora
mas tocando y luego se irá al bar a llorar entre gordos borrachos, putas anoréxicas
y ladrones cansados.
Si en este pueblo el amor es un pecado, la
belleza es un crimen. Eso lo tienen bien claro en el bar, eso y que no se puede
ser exigente con los precios. El barman, tiene una escopeta bajo el mostrador.
Aunque sabe que es muy cobarde para usarla, le gusta limpiarla a la vista de
todos. Para establecer quien controla el lugar. Pero este antro tiene un claro
rey, que es la desolación. Musicalizada por un acordeonista ciego que esta
recostado en algún lugar, pero nadie lo puede encontrar. Nadie lo busca
tampoco. Él solo es un residuo de un antiguo músico famoso que giraba pueblo
tras pueblo, hasta que quedo ciego en el primer minuto que piso este pueblo. Un
golpe en la cabeza dicen algunos, también dicen que bebió tanto que quedo ciego.
A nadie le importa preguntar. Canta a un amor olvidadizo. Se pregunta porque no
se pueden amar como antes. Siempre termina diciendo que “esa puerta se cerró
para siempre, si es que alguna vez hubo una”. Su voz, que es la voz de la
tierra de miles de años de guerra, ya no causa la misma intriga en las mujeres
del bar. Solo las llena de cansancio. Algunas de ellas visten de rojo, con
vestidos gastados, con marcas de cigarrillo y olor a demasiados hombres. Otras
que todavía no piensan que el fin este cerca y se maquillan las ojeras, para
atraer a algún distraído, que va a gastar sus monedas conseguidas en el campo
de algodón. Ellas, que ya perdieron el encanto y el tacto hace muchos otoños,
se acercan directamente a los borrachos y los invitan a ir a una de las
habitaciones de arriba.
Luego de pedirle la llave al barman, suben con sus clientes
por quejosas escaleras, que combinan sus chirridos con el acordeón del ciego,
haciendo temblar hasta al más valiente de los ladrones. Estos que siguen
planeando el robo del banco. Robo que nunca sucederá porque al finalizar la
noche estarán tan ebrios que no recordaran nada. Se van apagando a medida que
el whisky sigue corriendo. Lo único que los despierta es el terror del crujir
de las escaleras, con los pasos de la pareja que baja. Ella con cara de asco,
le entrega la llave al barman, a cambio de un vaso de cerveza fría. El cliente
distraído baja como si nada, sin siquiera simular ninguna sonrisa, saluda al
aire y se va. Tiene que volver a dormir a una cama, diferente al mueble sin
forma de la habitación del bar.
El camino de vuelta del bar siempre preocupa a los
trabajadores. En la niebla se mezclan los sonidos del acordeón o el violín con
el viento soplando entre los árboles, despertando a algún búho o a algunos seres
de la noche. Cada movimiento puede ser cualquier cosa, y el alcohol crea
imágenes en las sombras. El borracho reza sus oraciones hasta llegar a su cama,
con la puerta bien llaveada. Donde recién puede descansar. Al día siguiente le
espera otro día caluroso en el campo.
Y la viuda, bueno, ella cierra la ventana sin el
menor gesto. Claro, la morfina no la deja sentir muchas cosas. Vuelve a su
cama, a su difunto, a su negación. En este pueblo el bien y el mal conviven
lado a lado.
Así que ya sabes, si vienes a buscar a tu mujer
perdida a este pueblo, primero lee bien el cartel de entrada:
"PUEBLO ESCARLATA.
Llorar no sirve de nada."
Extracto de "Pueblo escarlata"
Texto Original y Propio. Todos los derechos reservados y registrados.
Llorar no sirve de nada."
Texto Original y Propio. Todos los derechos reservados y registrados.